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Identidad espiritual: pertenecemos a la familia de Dios (Vivir con propósito Parte 1)

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La identidad espiritual no parte de nuestras acciones, ni de nuestros logros, sino de una verdad mucho más profunda: somos hijos antes que siervos, y fuimos llamados a pertenecer antes que a producir. La raíz de la vida cristiana no se encuentra en el hacer, sino en el ser. Desde la creación, Dios ha deseado tener una relación cercana y paternal con nosotros. Esa relación fue quebrada por el pecado, pero su intención redentora permanece vigente y activa.

En Malaquías 4:6, el Señor declara: “Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres…” Aunque este pasaje ha sido entendido en un contexto familiar, su significado espiritual es mucho más amplio. Se trata de una restauración generacional, pero también de una restauración relacional entre el Creador y sus criaturas, entre Dios como Padre y sus hijos dispersos. Es una profecía que anuncia el restablecimiento de la identidad perdida, la curación del desarraigo espiritual, y la sanidad de las divisiones que han fragmentado no solo familias físicas, sino también el cuerpo de Cristo.

Reconocer que somos parte de la familia de Dios implica vivir con la conciencia de que pertenecemos a una comunidad espiritual donde la gracia, la corrección, el amor y la verdad conviven. La Iglesia, entonces, no es simplemente un conjunto de creyentes organizados en un espacio físico, sino una familia de redimidos, donde cada miembro tiene un lugar asignado por el Padre, independientemente de su pasado, habilidades o historia personal.

Aceptar esta identidad trae libertad: libertad de la necesidad de competir, de demostrar valor mediante logros o de compararse con otros. Pero también trae responsabilidad: quien ha sido reconciliado con el Padre, está llamado a ser puente de reconciliación para otros. La identidad espiritual, por tanto, no es solo una posición; es un llamado a vivir conforme a esa posición, en comunión con Dios y en unidad con los hermanos.

Jesús reafirma en Juan 6:44 que nadie puede venir a Él si el Padre no lo atrae. La salvación es una iniciativa divina que nos inserta en una nueva familia: la Iglesia. Desde esta pertenencia nace nuestra vocación. No actuamos para ganar identidad; servimos y vivimos desde una identidad ya recibida.

✍️ Actividad práctica: “Carta de reconciliación”

Tómate 15–20 minutos para escribir una carta breve (puedes orar antes de empezar), dirigida a ti mismo/a desde el punto de vista del Padre celestial. Comienza con:

“Hijo/a mío/a, esto es lo que yo veo en ti…”

Incluye palabras de afirmación, recordatorios de tu identidad, y verdades que contrarresten cualquier mentira que hayas creído sobre ti.

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